GONZÁLEZ Y EL GOBIERNO DE ZAPATERO
y
El Problema Cosmético de un Fantasma Impotente
“Felipe González fue presidente del Gobierno español entre 1983 y 1996”. Felipe González es ex-presidente del Gobierno Español en el año 2011. El discurso del ex-presidente del gobierno surge y se manifiesta en la ex-terioridad, en este caso, en el diario El País, que ejemplificando el escenario de una tragedia griega, aunque sin su riqueza lingüística, cultural, imaginativa y de relato, permite que el síntoma se instale en sus páginas facilitando la repetición de un padecimiento.
La insistencia de sentimientos hace perder visión frente a lo real, y las fantasías infantiles de un cese, interrupción o aniquilamiento de los que nos parecen que usurparon nuestro lugar, pueden salir a la luz tropezando obstinadamente.
Pero si dejaran ustedes de prestarle atención al relato y empezaran a escuchar lo que irrumpe como discurso, se darían cuenta de un hecho: no aceptar que otros pueden lograr igual o más que yo, es decir, una palmadita en la espalda de las figuras paternales, dícese Merkel o Sarkosy, ver que el otro puede conseguir un diálogo donde yo solo pude la fuerza, dícese ETA, y no reconocer de alguna manera cierto tino y buen hacer en las gestiones emprendidas por el actual gobierno, implica no solo querer que el futuro se rinda a un pasado que podríamos pensar histórico, pero que en realidad es del pensamiento, sino también, una falta de aceptación de las diferencias, con el consecuente empobrecimiento de lo que podría ser una colaboración para esta difícil crisis económica.
Una crisis económica sobrevenida por lo que se podría denominar: el problema cosmético de un fantasma impotente, ex – acervado (sin pensar en los bienes morales, culturales y materiales de los ciudadanos) por el aprovechamiento de los especuladores. Especuladores, ¿hay alguien en los círculos de poder que haya tirado la primera piedra?, ¿lo ha visto usted?.
Nos enfrentamos a un problema de cantidad que afecta la calidad, con historia política, económica y social, donde se incluye la inadecuada gestión del gobierno del PP en los años de bienaventuranza que tanta riqueza trajo para algunos, exactamente los que supieron aprovechar la oportunidad de las posibilidades económicas que brinda el “tejemaneje” de los negocios políticos, sociales, así como los negocios de la necesidad humana.
Don Felipe González insiste en comparar lo incomparable como si de su propia historia familiar, sino política, se tratara. Poniendo de manifiesto en sus insistentes comentarios sobre Zapatero y el actual gobierno, un cierto goce que le produciría el incubar “la siguiente burbuja financiera”, lo que quiere decir además de un fracaso de las estrategias emprendidas, la repetición de la situación que nos llevó al fracaso. En resumidas cuentas, Felipe González quiere sin quererlo que Zapatero fracase y que repita la historia hacia otra burbuja cuando ni siquiera hemos salido de esta. Y aunque aparentemente no es una cuestión con España y me atrevería decir que ni siquiera con Zapatero, aunque abría que estudiarlo, cae con sus palabras y denota padecer de lo mismo que lo que produjo la impotencia del capital financiero y la posterior crisis, la envidia.
La envidia generó tal impotencia para el capital financiero que los gestores, los políticos y los financistas, en su confusión entre follar y trabajar, terminaron intentando follar con el poder productivo del capital humano y social, en vez de ponerlo a trabajar. Y a pesar de su intento, tampoco se lo pudieron beneficiar, ya que la erección fue imposible por su incapacidad envidiosa de hacer gozar.
Así que motivados no con producir, sino con arrebatarle al prójimo lo que por otro lado tampoco tenía, compraron la ley, lo cual la inhabilita, generando acuerdos imposibles entre países aniquilados en su diferencia, por la estupidez y avaricia de los que defienden un mundo globalizado, alineado, idiotizado y subordinado a la impotencia de las ideas de los que tienen voz ante los ciudadanos.
Voz que dan los medios de comunicación, que sin encontrar ningún amor se venden al mejor postor, que no es ni más ni menos que el que más le conviene a su especulación. Dice un maestro que el pobre que no encuentra grandeza en un gran amor, en realidad, merece la pobreza, y ustedes, medios de comunicación, merecen su pobreza de pensamiento, porque aún pudiendo encontrar grandeza en un gran amor, ni siquiera se plantean buscar ese amor, prefieren habitar su cómoda casita, familiar, chiquitita, mezquina y ruidosa donde defeca el dólar.
Con este panorama, la inteligencia de la propuesta del señor Felipe González, de que la política regulada por una ley gobierne los mercados, se echa a perder con el planteamiento de la solución como una utopía y permite, tal como le pasa a la mayoría de los gobernantes y ex-gobernantes, que sus sentimientos, en este caso melancólicos, se interpongan a su posible inteligencia, enturbiando su interpretación hasta convertirla en casi una opinión. En todo caso, también debo decir que parece que usted mismo, Felipe González, tenga serias dudas de que la política logre imponer algo al mercado, ¿realmente cree que va a existir algo más poderoso que el dinero para los gobernantes?. Un déjà vu: si no hay dinero lo inventarán.
Sin embargo como usted bien sabe, en ocasiones construir una ilusión tiene un valor, hacer brotar una confianza a través de una fotografía para los periódicos, un encuentro o un pacto, imprescindible pacto sin los cuales no hay crecimiento ni acuerdos posibles. Que aunque algunos solo sean aire que despeina ligeramente al malhechor frente a nuestros ojos, pese a que no se haya movido ni una brizna, el mundo reacciona, por no decir Europa, y tal vez consideren el dejar de darle por el trasero a España. El valor de la mentira en la mano invisible del mercado.
Mano que también tienen los padecimientos cuando se muestran en un escrito, debilitando considerablemente su poder de aportación. Sus dudas son actuales Señor González, aunque se remonten a lo que un día tuvo que elegir, el socialismo. Así que me hago partícipe de su propia frase, pero con alguna modificación: las memorias políticas deben de dejar de ser un “ejercicio de exculpación de uno mismo y de culpabilización de los otros” para ser otra cosa. Proponga.
Susana Lorente
Psicóloga-Psicoanalista
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